El negui

Cuando yo era chica, mi abuela materna y su hermana tenían un negocio que quedaba en la calle Armenia casi llegando a Santa fé, donde la calle termina contra el Jaedín Botánico. Muchas veces, cuando volvíamos del colegio, mi mamá nos esperaba y nos íbamos a pasar la tarde al “negui”, como le decíamos nosotros. El negui estaba dividido en dos, una mitad para cada una. De un lado estaba mi abuela, que era Abu para mis hermanos y para mí -al punto tal que recuerdo que una de las primeras cosas que me resultaron desopilantes fue enterarme que en una plaza, mi hermano en lugar de decir Abu le había dicho abuela, porque así llamaban a los suyos el resto de los niños- tenía un negocio de ropa. Vendía ropa hecha por ella pero sobre todo, hacía prendas por encargo y arreglos. Por supuesto, era quien me hacía vestidos, y también trajes o disfraces para los actos escolares. Pelaba manzanas verdes y me las cortaba en pedacitos, nunca pude volver a comer una sin evocarla. Recuerdo muebles pintados de un gris y un probador amplio rodeado de una cortina roja a lunares blancas hecha por ella. También, la máquina de coser que estaba permanentemente en uso. A su hermana, mi tía abuela, la llamabamos Tía Elena y era una persona bastante cascarrabias. La recuerdo quejosa y amargada, y durante años, cada vez que mis hermanos quisieron hacerme sentir mal me decían: “vas a ser como la tía Elena”. No sé si era el contraste con mi abuela, dulce y suave, o que nosotros la enloquecíamos, pobre, dándole vuelta todo, porque la tía elena, en su mitad del negui lo que tenía era una juguetería. Para nosotros ir al negui era jugar con todos los juegos que no nos querían comprar. Tengo que reconocer que nos compraban muchos, no pasé privaciones lúdicas de ningún tipo, pero siempre estaban los juegos con los que quería jugar solo una vez. Nos dejaba usar bastantes, aunque muchos vienen con cosas que si se usan una vez, ya no se pueden guardar intactas, como en un 3 en 1 de backgamon, damas, y algún juego más que no recuerdo, donde las fichas venían agarradas por palitos de plástico, pero la buena noticia es que siempre había varios modelos de damas y al backgamon aprendí a jugar mucho años más tarde. Una de las cosas que más me gustaba era ir a la biblioteca de libros infantiles que estaba en una suerte de pasillo que iba desde la librería juguetería, porque no era una juguetería nada más, era una librería juguetería, hasta la sección de la ropa. Me acuerdo un libro particular que quise durante meses, tenía rutinas de belleza para nenas y en los dibujos la protagonista tenía el pelo rubio recogido en una colita alta que yo intentaba imitar. El mostrador era largo y de vidrio, y Elena no quería que nos sentáramos encima para no romperlo, tal vez lo rompimos alguna vez. Todo el negui tenía el piso de baldosas negras y blancas, y un baño que a mí me parecía horrible pero sospecho que hoy me encantaría tener, tenía un inodoro antiguo con tabla negra y un vidrio biselado por el que me gustaba pasar los dedos. Mi tía Elena nos hacía tecitos y nos daba galletitas de limón que tenía siempre bajo el mostrador para ella. A mí me gustaba cuando me daba para hacer alguna tarea, como hacerles el rulo a los moños para regalo, o envolver algún regalo. Me gustaba tirar del papel de regalo en ese aparato con filo, medir el objeto que teníamos que envolver y cerrarlos con cinta scotch, para después elegir un color de moño que combinara. Mi hermano, por el contrario, no quería “trabajar” y sacaba todos los autos y vehículos que encontrara. Me acuerdo épocas de camión de bombero, otra de estación de servicio con autitos de colección. La mayoría de ellos terminaban en casa porque no quedaban en condiciones de volver a la venta. Mi papá salía de trabajar y nos buscaba para volver a cenar a casa. No me acuerdo cuándo ni en qué año fue que dejó de existir el negui y apareció la verdulería que estaba la última vez que pasé. Pasaron muchos años ya de todo eso, pero sé que esas vivencias son parte fundamental de quién soy hoy, mi forma de vivir la fantasía y la diversión, y aunque cada vez que pase vea papas, batatas y cebollas, yo siento olor a manzana verde y juguetes nuevos.