Me desperté tarde en el día, el sol entraba en el rincón, ese ratito mágico entre las 11 y las 11 y 30 que permitía que los potus crecieran durante los meses de verano. Hace una semana no salía de casa. En la heladera no quedaba nada y los frascos y botellas de la alacena estaban ya casi vacíos.
Era volver a salir, a volver.
Era ir al supermercado, hacer ese recorrido cotidiano. Pasos que habíamos caminado tantas veces, ver las mismas cuadras, los mismos locales, los mismos porteros apoyados en sus escobas o reclinados contra el edificio como haciendo fuerza inhumana para evitar que se caigan. Pero ahora no me veían a mi.
Era caminar solo, acaso había dejado de existir sin ella?
Se me escapa a la memoria, pero no recuerdo verme reflejado en las vidrieras cuando las pasaba. Pero tampoco me acuerdo de ver las vidrieras. Creo que no me acuerdo de mi.
Mi mamá solía decirme que mis rulos eran como unos fideos tirabuzón, y recuerdo que varias veces jugaba a estirar mi pelo con fuerza para que volviera a su lugar. Sí, estoy seguro de tener rulos. También recuerdo la callosidad de mis manos y las líneas de sus palmas, como las intersecciones de la vías del tren. Creo que me gustaba tocar distintas texturas, sentir rugores y asperezas y maleabilidad de las cosas.
Intento tocar el vidrio, pero apenas siento un lúgubre frío. No siento la materia.
La memoria.¿Existe realmente? ¿Hasta qué punto construimos los recuerdos, en cada pausa, cada instante?
Otro recuerdo que tengo es el de haber acariciado a Rubén, él también tenía rulos. No debía gustarme por un sinfín de razones. Era de esos hombres hetero que jamás se fijarían en un pendejo como yo. Soy muy flaco, me gustan los pelitos que se hacen casi bucles en mis piernas, en mi panza, en mi pija. Durante las clases siempre lo miraba a él, me iba mal en la mitad de las materias de la facultad. Nunca me recibiría. Estaba destinado a ser pintor de paredes. Unos años más tarde, me encontré con Rubén. Yo iba con mi mamá. Él no me reconoció. Dejó pasar a mi mamá. Un verdadero caballero, dije. Entonces me miró y me dijo. Javi, tanto tiempo, estás igual. ¿Estaba igual realmente? ¿Ahora que me había casado con Laura...? Yo no era yo.
Y hoy, yo tampoco era yo. Me había olvidado de que detrás de mi vida con Laura existía un ser que nunca había terminado de salir a la superficie, más por miedo al rechazo de Rubén. Después de esa tarde en la que lo acarició, nos acariciamos, porque él también me acarició a mí, no me volvió a hablar nunca más. Y me partio el corazón y la débil luz que veía en el horizonte de poder ser quien quiero ser algún día.
A veces me pongo los vestidos de Laura cuando ella sale al trabajo y pienso en ir a la obra donde trabaja Rubén para ver si logro que me grite algún piropo. Quiero que me diga el más puerco que se le ocurra. Que me hable de mi culo, de su leche, que me chifle fuerte y me pida que se la chupe. Y si lo hace, me voy a parar a escucharlo, me voy a dar vuelta, voy a volver sobre mis pasos y lo voy a besar, sin dejarlo pensar en nada. Que quede con sus compañeros como un héroe, pero que sepa que yo todavía existo en algún lugar de este mundo y no pierdo la esperanza de tocarlo de nuevo, al menos una sola vez.
Porque el no lo sabe, nunca llegue a decirselo, pero muchas veces que cogia con Laura pensaba en el, en su cara. Muchas veces, por no decir siemre, que Laura usaba sus aparatos conmigo yo sentia que era el quien me regalaba esos gritos y esos puños apretados de placer. Era a el a quien le regalaba mis orgasmos culposos.
Me cuesta mucho no entender porque nunca deje salir a ese que yo creo fui.
Me vuelve loco sentirme siendo realmente quien anhelo, con Ruben, su caballerosidad y claro, sus rulos en mi culo.
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