Una naranja en la almohada

Nos dormíamos como cualquier noche, la cama estaba fría, pero al mismo tiempo se sentía su calor del otro lado. No sabía si era dulce o amargo, estar tan cerca y tan lejos. Era algo nuevo y viejo este sentimiento. Si el dios de las lágrimas cobrara derechos de autor spotify tendría que bloquearme la cuenta de tanto gasto que le doy. Lector no se confunda, yo no busco conmoverlo con esta historia, fijese usted mismo que arranca como cualquier otra.Pero le pido que tenga paciencia y lea detenidamente hasta llegar al momento en el que finalmente la naranja se puso frente a mi. Tengo ganas de comer algo dulce, dije, durante la pausa comercial del programa que veíamos todas las noches. Ella me contestó que no había nada y se levantó para ir al baño. Fui a la cocina y la vi: cómo no va a haber nada, había, en efecto, una naranja. la tomé, tomé también un plato y un cuchillo y la llevé al dormitorio para poder comerla mientra miraba la televisión. Pero me tropecé con una pantufla y la naranja rodó, desde mi plato hasta un lugar que no alcancé a ver. La luz de la pantalla era tenue y el programa volvió a olvidar. Soy vago y poco persistente, así que al escuchar la cortina del programa la olvidé rápidamente y todo transcurrió como todas las noches: el programa, el noticiero, los ronquisos de mi mujer, las pesadillas. Le dije que ya ibamos a llegar, lector, pero lo que no le dije es que usted deberá esperar que transcurran alguos días, incluso casi una semana, aunque pensándolo bien, usted tiene suerte: en los cuentos el tiempo pasa mucho más a prisa, en realidad, en los cuentos el tiempo no pasa, más bien se construye. Así que ahora, querido lector, tiene que asustarse: me obsesioné con la naranja. Mi mujer me preparaba jugos de naranja natural todos los días de nuestra vida, como si eso garantizara la salud eterna. Pero yo no quería la aternidad, no con mi mujer. Mi madre, como ella, me daba gajos de naranjas dulces cuando era un bebé y me contó que una vez me atraganté hasta que una vecina pudo hacer una maniobra para salvarme la vida. Odio las naranjas y esta en particular más que al resto, esta naranja rodó desde mi plato hasta algún lugar que no alcancé a ver y sentí que me vida perdía control. De viejo, no sé cómo pasó la infancia a convertirse en vejez si yo sólo estaba preparando un jugo de naranja porque mi mujer ya había muerto para esa época. ¿Cuándo creció el naranjo del jardín? ¿Cuándo llegaron lo nietos? La transpiración de Rita, mi segunda mujer, olía a naranjas y fue por eso que la dejé. Una mujer no puede oler así. Una mujer debe oler a mujer. Yo no lo quería pero...Mi querido lector, a mi pesar: hemos llegado. Y vió que no paso ni una hora de su tiempo, pero en esta historia yo ya me casé dos veces, tuve 3 nietos y cambió mi parecer con respecto a la naranjas: los tiempos cambian, los gustos también.