Lo que me mueve

El mejor regalo que recibí para Navidad fue una bicicleta amarilla y naranja. No tengo ni idea cual era la marca. Lo único que me acuerdo apenas la ví fue sentir un cosquilleo por la espalda. Quedarme muda. No entender como papa Noel tuvo la delicadeza de sorprenderme con tremendo trofeo de fiestas. Nose si me lo merecía. Siempre fui una chica bastante traviesa, que siempre estaba lista para idear alguna batalla o complotear con mis vecinas del barrio alguna travesura a lo Danile el Terrible. Pero el milagro se había dado esa noche de 1987. Ahí estaba ella reluciente, lista para que yo la dome como un potro salvaje. Mi propia ansiedad por probarla hizo que me llevara puesto el arbolito de navidad junto con toda su bijoux decorativa que venimos acumulando desde que el nono le salió su primer diente. Tuve varias alegrías y tropiezos con esa bicicleta, que con tanto orgullo bautice ‘La Loca’. Me costó un par de meses dominarla sobretodo después de dejarme tirada en el piso ensangretada y con una cicatriz que aun conservo. Por culpa de La Loca en el colegio me decían scarface pero eso nunca me importó porque como dicen ‘lo que no te mata te fortalece’.

Ya para cuando tenía 15 años le gané a mi primo su moto XR100 en una apuesta que hasta el día de hoy es una gran anécdota en las tertulias familiares. Tan guapo se hacia mi primo que un día me dijo: ‘Te apuesto mi moto a que yo llego primero a la tranquera con mi caballo.’ Para ese entonces yo también me creía una especie de ‘Fierecilla domada’. Con un rebencazo le di con tanta fuerza e ímpetu a mi pobre yegua que sin pensarlo y en menos de un nanosegundo ya estaba montada en la XR100 dando vuelteretas por el barro. Mi primo? No me habló en todo el verano.

En el 2000 con la ayuda de mi abuelo conseguí comprarme mi primer auto. Un Ford Sierra blanco con caja automática, sólo existen 4 ejemplares de estos autos con caja automática en Argentina ya que era una partida que se había importado desde Alemania. Se la compré a mi vecino de octavo, que solo lo usaba para dar una vueltas por el barrio. Cuando te subías todavía olía a nuevo. La bautice ‘Rata Blanca’ porque por fuera era blanca y pura, pero por adentro era roñoza, y capaz de presenciar las historias mas repugnantes: vómitos de whisky barato mezcaldo con Tetra, sexo de lo más desordenado y poco sincronizado, y ni hablar de las sobras que quedaban despues de los bajones de las 7 de la mañana de cualquier tugurio o Mac Donald’s que encontrábamos abierto. Era un chiquero andante de 4 ruedas. Con La Rata una mañana despues de un after experimentamos un milagro. Recuerdo que llovía muy fuerte. Yo estaba con 3 amigas. No teníamos sueño… para ese entonces podíamos seguir de largo por dos días seguidos sin dormir. Apenas cruzamos el puente para tomar la autopista La Rata hizo un giro cual perinola y en cámara lenta (o por lo menos así lo viví en mi cabeza) dimos un giro de 180 grados, quedándos del lado contrario a la dirección de los autos. Mudas nos quedamos. Nos miramos por un instante. Y despues de entender que estabamos vivas empezamos a reirnos a carcajadas. Suspiramos de alivio. Con La Rata viví muy lindos momentos: yendo a la facu escuchando Innuendo a todo volumen con Varu y Sil. Las escapadas a San Antonio de Areco. Recuerdo una tarde de mucho calor en medio de Avenido Cabildo, esas tardes donde todo suda, donde todo se queda pegado a todo, ese día una cucacharacha voladora decidió posarse sobre el manubrio y sin titubear saltamos del auto sin ser conscientes del lugar donde estábamos, como si alguien hubiera puesto una bomba adentro del auto. El taxista que te putea, el bondi que te pasa al ras de tu espalda, la moto que casi te atropella. ‘Ese día Gregorio Samsa casi nos mata’, siempre lo recuerda mi amiga Pia.

Para el año 2011 La Rata ya tenía nuevos dueños y yo le terminé comprándole a mi viejo su auto: Un Renault Laguna Nevada Break. Yo para ese entonces era una mujer soltera, sin hijos andando en un auto familiar. No me importaba ni me sigue importando porque todavía lo conservo. Los autos para mi cumplen una funcionalidad, llevarte de un punto a otro. Si es moderno, si tiene la última tecnología, si tiene tracción delantera o tracera poco me importa. Tiene que andar, y no dejarte a pie con una deuda gigantezca en el mecánico y tiene que ser cómodo, y si encima tiene lugar para mover tus bartulos y grupos de amigos que mas se puede pedir.

Será que cada etapa de la vida tenemos un compañero/compañera que nos moviliza según nuestros deseos y vivencias: la bici indomable que de chiquita me tatuó su cicatriz por atreverme a ser traviesa (mi primer golpe de la vida), la moto que me enseño a ser audaz y rebelde, La Rata Blanca que me acompañó en noches de pasión y excesos, y por último el Renault Nevada que con las años me aburguesó y me dio a entender que no importa el modelo ni los accesorios sino adonde es capaz de llevarte.