La casa siempre tenia las persianas bajas, era de ladrillo a la vista y tenia un pino en el jardín delantero que no dejaba crecer el nada bajo su sombra. La propiedad estaba ubicada casi al fondo del terreno, sin rejas ni nada que impidiera al acceso.
Parecía deshabitada de día, pero por las noches se escapaba luz desde el interior. Esa luz artificial, cálida pero tenue, era el único indicio de vida interior.
Siempre supimos quien vivía allí. Ella, no pasaba desapercibida, era elegante, alta y seria. De esas personas que cortan un poco el aire con su presencia, como si te lo robaran el aliento por un segundo, para tomarlo y hacerlo propio.
Vivía sola en esa casa, eso también se sabia. Lo que no se sabia era el problema. Algo en ella generaba misterio.
Hasta que un día entre a su casa. Fue un poco de casualidad, y un poco de lo chusma. Tanto de ese misterio que generaba me parecía exagerado.
Pasaba por su cuadra, como lo hacia a diario y encontré un sobre con su dirección, tirado a mitad del camino. Me pareció la oportunidad para acercarme con una buena excusa, . Podría haberlo dejado en el buzón, o tirado por debajo de la puerta, pero fui directo al timbre. Atravesé todo el jardín delantero bajo la sombra del pino, note cierta intención de cuidado, unas macetas con flores, que desde la vereda no llegaban a verse. Toque el timbre, dos veces cortas, tenia esa manía que no todos entienden-. Enseguida escuche su voz del otro lado. Creí que justo estaría por salir, por lo cerca que estaba de la puerta en esa casa tan grande, y por su atuendo, aunque no llevaba cartera.
Me recibo formalmente, con la seriedad que la caracteriza
-Buenas tardes, en que puedo ayudarla?
Observe fugazmente el interior. Creo, tarde en responder mas de lo normal. Fueron esos segundos en que el cerebro quiere procesar información y no puede hacer otra cosa.
-Hola, buenas tardes, eh… encontré este sobre en la vereda- dije sonriendo y forzando un poco la formalidad- me pareció prudente dárselo en mano antes de vuelva a escaparse.
Mientras yo hablaba vi como su rostro se relajaba. A mi se me había trabado un poco la voz, pero inmediatamente me sentí fluir, hasta llegue a ver una sonrisa en ese rostro tan estático cuando estire el brazo para darle la carta, que todavía tenia en la mano. Me sentí cómoda para seguir hablando, cosa que no me cuenta por lo general, pero esta situación era extraña hasta para mi.
De un momento a otro había pasado a su casa. Esa persona que tanto misterio nos generaba a todos sus vecinos, de repente me parecía una persona transparente y suelta.
Por dentro, la casa, estaba muy bien decorada, pensé que seria digna para una revista de decoración de alguna década pasada.
Me ofreció te, me convido unas galletitas. Me pregunte por primera vez que edad tendría mi anfitriona, de cerca parecía mas joven de lo que imaginaba. Acepte todo a pesar de que estaba camino al trabajo y ya estaría tarde, aunque hoy eso ya no importa.
Del te y las galletitas pasamos a un recorrido por los cuadros del living. Del recorrido de arte paso a enseñarme una colección de estampillas que habían sido de su hermano. Me entere ya no tenia familia y no había querido tener hijos. Nombro un par de veces a un hombre, que imagine, habría sido algún amante de antaño.
Hablaba sin apuros, dulcemente. Su cara había pasado de tener un gesto cansado a tener una expresión de paz, sus cachetes se pusieron rosados y no por vergüenza, mas bien por frescura. Y luego del recorrido por el jardín trasero, volví a ver su rostro, sus ojos brillaban, sus dientes se emblanquecían. No hice caso en primer lugar a esas observaciones.En un momento me sentir cansada, pero el entusiasmo de charlar con mi vecina se acrecentaba, todo lo encontraba fascinante, cada relato, cada objeto que traía para mostrarme nublaba a el tiempo, la realidad de afuera.
Las horas pasaron, y yo, ahí adentro. No me quería ir, pero cada vez que pensaba que ya era momento de retirarme, cada vez que me acercaba a una ventana o a la puerta de salida, ella ofrecía te, yo me daba vuelta y le repetía si!, claro claro. y me volvía a sentar, una y otra vez en distintas mesas de la casa.
Pero de un momento para otro sentí que algo no andaba bien. Me levante decidida a irme, empece a buscar mi bolso, me di cuenta que no había ido trabajar ni visto mi teléfono en todo el día. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, que hacia ahí? Cuantas horas habían pasado? La dueña de casa, cambio su noto de voz dulce por el serio nuevamente, y de manera imperativa me dice que no había de que preocuparme, que no me ponga nerviosa. Recorrí cada rincón por donde habíamos pasado pero mis cosas no aparecían. Le pregunte si las había visto y ella puso cara de indiferencia, como diciéndome: ni se, ni me importa.
Decidí que me iría igual, pero cuando todavía con cierta formalidad le dije que me retiraría simplemente contesto: no, no te vas, todavía tengo muchas cosas que mostrarte y abrió una puerta. Entre casi sonambulamente, que tenia esta señora? Había algo que me hacia obedecerla al instante. Ella volvió a sonreír dulcemente, pero esta vez me dio nauseas. Entramos y cerro la puerta decidida. Mis ojos de a poco empezaron a acostumbrarse a la poca luz que había.
Lo primero que vi fueron las cadenas que ahora me atan. Sentí un pinchazo mientras me decía que ella no quería hacer esto, que no era su culpa. Cuando desperté no recordaba ni donde estaba ni que había pasado, hasta que la vi entrar con el te y las galletitas, hoy, mi único consuelo, esa infusión relajarte y junto con esas dulces masas.
Ella se rejuvenece cada día, mientras yo me marchito a gritos, viendo por entre las persianas el pino que no deja crecer el césped.
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