Cuando se ha evaporado y empaña los vidrios como un fantasma que convierte los cristales en hojas de libros de muy corta vida de duración.
Cuando está hirviendo y burbujea imagino que es una sopa preparándose, casi puedo olfatear la mesa servida, la multiplicidad de ingredientes, el sabor casero de la felicidad.
Cuando hierve posee la magia de la transmutación. Convierte en comestible lo incomestible, en suave lo que antes estaba duro, y en limpio y estéril lo que antes estaba infectado y sucio.
Cuando sale de la ducha muy caliente, ellas lo disfrutan y se bañan como peces de fuego bajo una cascada de lava que yo siento que me funde la piel y se me cae como las plumas de los pollos cuando de joven los pelaba en la granja de mi tía.
Cuando, en la misma ducha, es cálida, y afuera hace un frío aterrador, se convierte en una trampa, una cárcel de la que uno por voluntad propia no quiere irse hasta que pase cumpla la condena de cadena perpetua o su equivalente el tiempo y me convierta en un anciano, en una uva pasa. Esto puede tomar de cinco a quince minutos.
Cuando está a temperatura ambiente, me hace prestarle atención al lugar que me rodea. Yo la he sentido arrancarme a mí mismo de entre los sueños con un golpe certero que bien podría haber juzgado fría pero tan solo por estar aclimatada con la temperatura de la sangre de quien se atrevía a despertarme de mi plácido descanso con un vaso de agua.
Así mismo, esta temperatura ambivalente me recuerda la sensación de decepción infantil al regresar cansado y sudoroso del parque por haber estado jugando a la pelota y beber agua del grifo para descubrir en su tibieza la incapacidad de aplacar la sensación de sed.
El mejor ejemplo del agua que a temperatura ambiente ha adquirido poderes más allá de su propia concepción química es el agua que reparten en las iglesias. Aunque me caiga mal a ratos, la prefiero a las embotelladas. Y ni se diga del agua bendita embotellada.
De nuevo en la bañera, cuando está Fría, como un látigo helado en una mañana de invierno, hay quienes se bañan por cuotas, primero un pie, luego el otro, luego un brazo, luego el otro. Ahora viene la cara. ¿Por qué dejar el tormento para el final? Cuando te azota la espalda y te saca el aire del pecho con sus golpes gélidos. Yo digo, por el contrario, que debes entregarle el cuerpo desde el segundo bajo cero, cuanto menos se lo espera, aunque nunca lo espere.
Cuando está helada, mis muelas sensibles tiemblan. No sé si por miedo al dolor o solo de frío.
Cuando está congelada es hielo. Pero para mí, el hielo son cubitos cuasi transparentes, o paletas de agua de diferentes sabores. Y pienso en todos los hielos que desconozco, en los lagos congelados, en la nieve de las sierras nevadas, en los icebergs, en la Antártida y en pingüinos y me los imagino en una tarde calurosa, sudando porque siempre llevan puesto esos esmóquines, preparándose en sus vajillas de hielo, con sus tacitas de hielo y meneando con sus cucharitas de hielo un refrescante té helado.
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