Ella argentina, el de bilbao, yo, creo que depende de cuando escriba esto.
Hace varios años había dejado de enfocar mi vida en mis estudios para empezar a ahorrar, y cada vez que podía, viajar. Mis primeros viajes un poco más exploratorios, fueron largos, intensos, conociendo comidas, drogas, pero sobre todo, culturas y gente. Que paso, no lo se, pero ese tour por Sachsenhausen fue un antes y un después en mi vida, recuerdo esa mañana como si fuera ayer. Me desperté sabiendo que tenía que salir corriendo del hostel porque el tour largaba a las 10am, de Alexanderplatz, a 5 minutos de donde yo estaba. Yo, como cada vez que viaje, tenía mi mochila ordenada, pero justo la noche anterior había sido una noche diferente, y mi cama, el único lugar que podría considerar “mio” en ese hostel, tenía todo tirado, algunas prendas con olor a boliche, otras simplemente afuera de la mochila, porque si. Berlín fue desde mi primer momento eso, una intensidad que venía destrozando segundo a segundo todos los paradigmas que yo tenía de lo que creía una ciudad interesante.
Desayune lo único que pude conseguir en el hostel para llevar mientras caminaba las cuadras que me separaban de la plaza, desde donde salia el Free tour a ese espeluznante lugar, cuando llegue, ya el grupo había empezado a caminar, los alcance y salude por primera vez a él, a León. Un guia morocho, petiso y de anteojos con un look entre culto y canchero. Recuerdo perfectamente que apenas lo saludé alcanzando su paso se ofreció a, mientras caminabamos, contarme lo que ya había contado, y se pasó los siguientes minutos hasta que nos subimos al tren, contándome porque sachsenhausen era el destino de este tour. Porque ese campo era lo simbólico que era. Creo que si lo intento, hasta recuerdo cada uno de los datos que me contó con lujo de detalle en esa charla.
Ahí mismo fue que note su pasión, su intensidad a la hora de contar, rememorar y hablar sobre todo lo relacionado a una época que, como nos dijo ese día, fue la representación más oscura de lo que el ser humano puede hacer de la que tengamos registro. Quizás una frase de libro, pero me quedo grabada. Me la dijo justo antes de volver a empezar a hablar con todo el grupo, que recién subidos al tren y todos juntos nos sentamos alrededor de el, para escuchar todo lo que tenia para contarnos.
Yo había llegado a berlin 4 días antes, me iba a quedar mas de 10, pero no sabía exactamente cuantos. Hasta ahora, por europa había viajado bastante, pero hacia años que berlin era mi pendiente.
El tren arranco, Leon nos empezo a contar como es que llegaban todos los supuestos visitantes a sachsenhausen. A algunos, los hacian caminar kilometros hasta sus puertas, y quienes se iban de ahí iban hacia todavía peores destinos.
Recuerdo perfectamente, llegando a las puertas, la explicación de Leon sobre 2 cosas que quizás nunca pueda olvidar. La primera, la ironía mas terrible que vi en mi vida, la puerta de entrada al campo era la puerta A y la de salida hacia otros campos, la Z, simbolizando el fin. Y el segundo no se si irónico pero no menos terrible. Era que todo guardia que trabajara en sachsenhausen, vivía en edificios de enfrente, literal, en frente. Y por los prisioneros que eran afortunados de tener una ventana, miraban la vida de sus carceleros, de muy cerca, como una segunda ironía de algo que nunca más iban a tener.
Sabrina, por otro lado fue quien me presento la verdad de berlin, o al menos la verdad que yo elegi creer. Me mostro la cara de una ciudad apabullada por 2 guerras en menos de 100 años y luego dividida en 2 por personas incapaces de ponerse de acuerdo, pero que por otro lado, supo reinventarse, supo entender que dependia de ellos, y de nadie mas que de ellos, para que una persona, un bonaerense con poco viaje, mucha curiosidad y ganas de viajar por el mundo que cayera en esta ciudad, pueda verla, vivirla, y disfrutarla como propia si asi lo desea.
Sabrina me invito a mi y a algunos mas, esa noche a un bar, al que, para entrar tuve que pasar por un hangar de tren abandonado que adentro tenia una pista de skate, patines y que en sus paredes, por adentro y afuera habia mas dibujos que lo que cualquiera se puede imaginar. Atravesamos la pista, los dueños del lugar, siempre sobre ruedas y sin frenar, seguian en su mundo y uno tiene que esquivarlos para llegar a la puerta, casi invisible por las pinturas, del bar. Abri esa puerta con una mezcla entre el típico miedo de ir a un lugar desconocido en una ciudad desconocida y asombro por lo que podia llegar a haber del otro lado.
Llegue a berlin después de estar viajando por ciudades quizás opuestas en algunos sentidos, las afueras de londres y toda su perfección, Paris y toda su belleza. Y berlin, que hasta ahora era, Berlin.
Abri la puerta, y lo unico que se podia ver era un lugar, prácticamente a oscuras en donde lo unico iluminado era un escritorio con una mujer, que con cara de pocos amigos y en aleman me dijo algo que no entendi. Me acerque y le hable en ingles, le dije que venia con sabrina. Miro su lista haciendo arrastrando su dedo sobre ella, levanto la cabeza y me señalo, sin decir una palabra, unas telas, pesadas, de las cuales salia musica. Musica tranquila pero digamos, oscura, abri la tela, una segunda tela casi tan pesada, o mas que la anterior y entre, adentro, un bar increible, imitando quizas a un bar de una epoca de prohibicion, donde todas las paredes estaban revestidas con algunas telas, ladrillos a la vista y pinturas, rejas y hierros que sostenian la inmensa estructura del hangar decoraban a la perfección esa estetica muy poco iluminada y muy cuidada.
Hoy, 2 años despues de mi primer visita a Sachsenhausen, estoy cenando con mis compañeros con los que hice miles de tragos con hierbas de la casa y conoci cientas de historias, personas, encuentros y desencuentros, en el bar tausend, en pleno Mitte.
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