Desencuentro en el Re-encuentro…

(14.10.2020 Consigna #2)

Creo que en verdad ambos nos buscábamos en lo que habíamos sido.

Él se tomó el tiempo y el trabajo de encontrarme a través de Facebook. Me reclamó después del primer brindis y con los labios llenos de espuma fría, el haberme demorado en aceptarlo como amigo ¡ahora!

Jamás le confesé la mala jugada que me hiciera la memoria, tampoco la sonrisa que asomó al darme cuenta.

Creo que él tampoco hubiera desempolvado su agenda antigua, de no haberla visto pasar por la vereda del local y mezclársele su figura en el recuerdo, junto al tapizado a cuadros de los pufs amarillentos.

Una vez lo llamé, a tan solo una semana de mi regreso a Argentina. Él andaba todavía dándole vueltas al mundo, al occidental y al suyo. Y al de todas las demás también. Su padre ni se molestó en saber si era una amiga nueva. Dijo que tampoco lo esperaba ya. No anotó mi nombre así que supongo tal vez jamás le hizo llegar el mensaje. Aunque en lo que sí creo es en los llamados y mensajes del Universo.

La que me quemó la cabeza y me insistió para que por fin lo hiciera, quiero decir esto de buscarlo e intentar conectar nuevamente había sido Paulina, mi mejor amiga de la secundaria. Éramos todavía inseparables por aquellos tiempos y dinamita en acción armando estrategias.

Ella me conocía bien. Y un poco también a él.

Había vivido muy de cerca nuestra historia. Igual que yo, lo conocimos y compartimos vivencias en el restaurante que guarda las anécdotas más dantescas que podría contar, el Boccalino.

Esa loca desatada de la cual tampoco volví a saber nada después de su visita a Buenos Aires hace poco más de 5 años, y ahora recién pienso que a lo mejor el dato lo quería para ella.

Dos noches más de lágrimas me costó el desconcierto.

Y aproveché a hacerle el duelo. Era esa época en la que por las dudas me despedía de todo lo viejo. Así que al tercer día borré de algún rincón de mi cabeza al Boccalino y a su inquieto cocinero.

“La vida no termina en Boccalino” –había dicho la Pegui- y yo lo tomé a ciencia cierta desde entonces y a fuego.

Otro día, de otro año y más de 24 meses por delante, nos cruzamos, él seguía flaco, alegre, comprador y transmitiendo siempre más de lo que literalmente decía de la boca hacia afuera (a lo mejor había sido siempre yo la que adornaba su apariencia desgarbada).

Dijo: “Flaca!” …Y también en movimiento. Ese vaivén que parecía que se lo llevaría el viento. Yo antes había creído que era parte de su estrategia de conquista. Otro día pensaba que era por las tuquitas… (Paulina pensaba esto también). A veces creía que solo lo hacía conmigo porque yo le generaba una incomodidad tal que desbordaba de emoción e inestabilidad. Después me di cuenta que, por aquella época, él era así nomás… y fue casi como mi primer duelo, solo que, sin orden ni calendario, ni siquiera supe cuánto duró y si lo registré en el cuerpo.

La única noche que no dudó fue la de la incesante lluvia, seguida de otro espectacular cielo a mar abierto con un sin fin de destellos fugaces y cruces de estrellas.

Ese día me tomó por sorpresa y también su estratagema. ¡Corré, corré…! - gritaba! Ella apuró el paso creyendo que era por la lluvia torrencial, él siempre sostuvo que dos rateritos les querían robar.

“Si en Barcelona no hay rateros…” –dijo entre carcajadas Y le robó un beso.

No me importó nada si con esas mismas manos había limpiado y empanado chipirones… nos olvidamos de la lluvia, los rateros y pedimos más de mil deseos con cada estrella fugaz que cada 2 minutos cruzaba el cielo.

Aquella noche de Saint Joan, antes del último año del milenio, la más afortunada y milagrosa noche que he vivido y existió en casi ½ siglo de vida conmigo y en mi recuerdo

Yo disimulé… y abracé con más fuerza a mi nuevo (y a la vez viejo) compañero.

Respondí, con la mirada baja y, de todas maneras, a su enérgico saludo. Acusé creer que se trataba de un chico que conocí en uno de los restaurantes de Sitges, hace años cuando viajaba por Europa. “Creo que era el cocinero” –le dije.

Y me dije para mí toda una lista de respuestas, retos, quejas y preguntas que si las repito, muero.

Sin embargo, ahora, con su jean chupín, sweater V, almidonado y tan quieto… ya no lo quiero.

Andábamos sin buscarnos, coincidiendo en el recuerdo.