Balcón a la calle

Estaba cerca de la cocina, podía escuchar todos los ruidos de la calle, una conexión constante con el sonido. Pero no solo salían sonidos de ese rectángulo, también salían colores que se reflejaban cual fotos que duraban segundos en el espejo. No supe al principio lo que después confirmé. El tiroteo había comenzado con el robo de dos Audis en Palermo y ahora estaba frente a mi balcón. Morir así era posible en Buenos Aires. ¿Y si me alcanzaba un tiro? Las luces, me lo contaron después, de desprenden de cada disparo. Fui a la cuna de León y él empezaba a llorar, se había despertado con el horror de los ruidos adentro de casa. Sí, sí, eso era adentro, no era el balcón. Ahora el balcón se nos había metido a él y a mí tan adentro que ya no se irían nunca. El temor, la incertidumbre. Lo alcé. Noté su pañal pesado. Sonó el timbre. Sin darme cuenta todo mi cuerpo temblaba. León y yo nos fundíamos en lágrimas. Yo era la adulta. Tenía que ser fuerte. Lo recorté en la cuna. Me acerqué a la mirilla de la puerta y mi peor pesadilla se estaba haciendo realidad. El vecino del cuarto B, el policía retirado había aprovechado el bullicio y estaba golpeando a la del cuarto a con la sartén de alumnio. Se las había arreglado para tirar la puerta abajo sin que nadie más que yo lo notara. Vi el cuerpo de mi vecina tendido en el suelo encerado. Vi la mesa de madera salpicada con sangre y vidrio. Mucho vidrio y un líquido extraño desparramado por el suelo. El cuerpo de Susana yacia maltrecho, su estado de convalecencia era tal que asumi rapidamente su muerte. No había tiempo para lamentarse, la prioridad era León. El nivel de confusión en mi era superlativo, no se si alguna vez se han imaginado en medio de un asesinato es realmente una situación en donde la angustia, la sorpresa y la adrenalina hacen que el pecho te explote en mil pedazos. Susana, pensé, como es posible? Porque? Hacia dos horas habiamos estado juntas, charlando sobre las reformas que el consorcio queria hacer en el edificio. Temerosa, en un lucido estado de shock mis dedos marcan 911, mientras corria a la habitacion de Leon. Fueron los 5 metros mas largos y rapidos de mi vida dentro de mi casa. Mi llanto era ahogado, contenido por la necesidad de poder modular por auxilio y por otro lado, por no despertar a Leon, a fin de cuentas y a pesar de la situacion desbordada, parte de mi razonaba que el llanto de un niño en silencio no seria la mejor idea. Y justo cuando tenía el teléfono en el oído sentí algo frío contra mi espalda y una voz que decía: cortá ya o hago mierda al bebé. Me di vuelta y lo vi. Era el hijo de Susana, el que vivía en su casa pero durante todo este tiempo no salía. Susana decía que era vago, inútil y que tenía problemitas. Que ella lo cuidaba y evitaba que la sociedad lo lastime y que lastime a la sociedad. Lo reconocí gracias a la única vez que lo había visto, cuando llegó hace meses, a vivir con su madre luego de un incidente confudo que ella no explicó y siempre evitaba mencionar. Tenía a León en sus brazos. Me paralicé, no podía moverme, ni hablar, no sabía qué hacer. Detrás apareció el vecino policía, le gritó algo y se fue, después vi más policías, sirenas, tiros confusión. Pensar que se me había ocurrido que morir era lo peor que me podía pasar. Pasaron veinte años de este momento y usted me sigue preguntando más detalles. Usted pensará que estoy loca, pero le digo que una madre nunca se equivoca. Yo sé que ese que el que está ahí con el número seis es mi hijo, y le pido que lo perdone, haya hecho lo que haya hecho. Piense que hasta ahora vivió una vida que no era la suya, el pobre, y como usted me dijo que está comprando una casa, y tiene un bebé chiquito, hágame caso no se compre nunca con balcón a la calle.