Lienzo blanco

Cuando tenia 11 años me pasaba sentado en la mesa del comedor de la casa de mi abuela horas y horas tomando yogurt de vainilla casero con cereales sin azúcar, mientras miraba a mi abuela cómo preparaba sus pinturas , limpiaba los pinceles y agarraba una bandejita para que no se caiga agua sobre el lienzo blanco.

No quería que destino eligiera por ella la forma que esa futura creación podia tomar, habia que dejarla aparecer sola! Ese blanco parecia blanco, pero había decidido mucho antes que alguien supiera que quería ser. Mi abuela solo se sentía el ser q le diera vida a ese mensaje que traía ese lienzo. Miraba un rato largo la obra no iniciada, ese espacio vacio, prometedor del que podían surgir infinitas aventuras, mundos, visiones diversas de la realidad o Nada, la nada misma pero con sonido propio, ocupando mas espacio que cada figura.

Ella era así, tenía que imaginar mundos posibles porque el suyo, el real, era una pesadilla. Bordaba y cosía desde que tenía ocho años. Su mamá le dijo una vez: una mujer que no sabe coser no llegará nunca a nada. Entonces, ella pensó que esa era la verdad pero con el tiempo prefirió comprar ropa hecha y no usar cortinas ni manteles. Un día, en realidad fue a lo largo de toda la secundaria, se vio a sí misma besando a Laura, una tutora que tenía apenas dos años más que ella.

Pintó como nunca antes. Como estar calcando una imagen en color de una escena viva, casi en movimiento. Parece como si nunca hubiera tenido una duda sobre esa imagen que estaba extrapolando directamente desde su imaginación. La mano solamente obedecía y no hacia otra cosa que reproducir fielmente, con precision y rigurosidad, cada detalle. En poco mas de dos horas el cuadro ya estaba terminado. La obra estaba terminada aunque ella siempre había dicho que las obras nunca se terminan, que eso era el arte, mostrar un proceso creativo y no un producto acabado.

El lienzo era blanco otra vez, otro día, otro yogurt de vainilla casero. Otra vez Laura en lienzo blanco que solo mi abuela veía, pero nunca la pintaba. Siempre, pero siempre, como jugando con los recuerdos y los significados, en cada cuadro, un mantel o una cortina descosida. Ni rota, ni desecha, descosida sin terminar, como abandonada deliberadamente. Ese mensaje que mi abuela dejaba como legado, a su madre a Laura, para mi, al mundo.