Me acuerdo cuando vivía en Montevideo y por las mañanas Mario, el portero del edificio me llevaba en su camioneta Chevrolet antigua al colegio. Algo era constante en esos trayectos. De la nada después de un ‘Buenos días niña’ abría la ventana y con mucho ímpetu sacaba de sus pulmones una bola de flema viscosa de color verde amarillenta que con mucho cuidado amasaba en su boca y que luego con un escupitazo casi perfecto lanzaba varios metros de distancia. Recuerdo pensar ‘ojalá algún día yo también pueda escupir como Mario’. Nunca me animé a pedirle que me enseñe. Quizás por vergüenza, quizás por fiaca, quizás porque pensaba que algún día se lo iba a pedir. Pero nunca paso.
Me acuerdo el olor que tenía mi bisabuela cuando la iba a visitar todos los años a Brasil. Teñía olor a colonia de bebé… como la de Johnson & Johnson. Su piel era muy arrugada pero cuando le daba un beso sentía que estaba besando a un bebé. De ahí que siempre vi a los viejos como bebés.
Me acuerdo la primera vez que pisé por primera vez tierra africana. Fue cuando fui por laburo a Sudan. Lo que me llamó la atención fue que en el aeropuerto el concepto de ‘Free shop’ era igual al almacen chino de mi barrio. En vez de perfumes de marca y chocolates suizos, te vendían jabón blanco y escobas. Eso me llamó mucho la atención, ni hablar de los animales sueltos que deambulaban por el aeropuerto.
Me acuerdo cuando buceé por primera vez. La sensación de sumergirme en un abismo azul profundo y perder todo sentido de orientación. Arriba no es abajo, o lo es? No tenía nada de donde agarrarme. Recuerdo empezar a hiperventilar, y no poder controlar mi respiración. Creo que es la única vez que sentí que mi mente no era capaz de controlar mi cuerpo.
Me acuerdo cuando nos mudamos a Buenos Aires con mi familia y mi viejo me llevó a mi primer día de colegio. Qué miedo que sentí entrar en ese establecimiento frío y sólo de mujeres. Todas vestidas con uniformes azules, planchados a la perfección. Me acuerdo de agarrarle la mano a mi viejo, bien fuerte, con miedo a que me dejara suelta en ese mar de chicas desconocidas que me miraban como si fuera de otro planeta (encima mi vieja me había cortado el pelo como un varón… y me acuerdo que pensaba para mi misma: ya me voy a vengar).
Me acuerdo de mi primer celular. Era un Ericcsson azul. Cuando lo tuve en mi mano por primera vez sentí importante. Tenía 22 años.
Comments
No comments yet. Be the first to react!